La relatividad del tiempo es algo que no me para de asombrar.
Como una semana (que no nos vemos) es tanto,
y a la vez tan poco...
Como se te pueden pasar 2 horas en 5 minutos (o a veces al revés, 3 horas en 45 minutos, puajj).
Como cuando nuestras palabras pierden peso y se hacen livianas y las sopla el viento y vuelan, se detiene el tiempo.
Como cuando nuestros cuerpos no se entienden se estira y parece eterno.
Nunca fui capaz de usar reloj. Tenía once años cuando leí por primera vez "Historias de Cronopios y de Famas" y no podía evitar sentir que cualquier reloj pulsera atado a mi muñeca era similar a una esposa que me hacía prisionera del tiempo.
Nunca me gustó sentirme prisionera de nada. Capaz de ahí viene mi constante e irreparable impuntualidad...
Lo cierto es que no hay nada que me parezca más hermoso que tener mi propio horario y jurar que no son las 5 de la mañana, que sólo pasaron 15 minutos y que no tenemos que irnos a dormir. Que falta mucho para que sean las 8 y empecemos nuestra rutina y que no quiero pensar en lo poco que falta para empezar a extrañarte de nuevo.
La única vez que usé reloj, fue porque había sido un regalo, y porque no me sale despreciar regalos. Porque hay regalos que significan amor, y no despreciaría jamás el amor o el cariño de alguien que quiero tanto (y si no lo quisiera tanto también me costaría mucho.)
Me até el reloj a la muñeca, y olvidé que no era resistente al agua. A los pocos días tenía un hermoso regalo atado a mi muñeca pero que no me condenaba a la prisión de las agujas y los minutos.
Buen negociante el inconciente.
Pero el reloj también lo es, siempre recordando que al menos dos veces al día estaría dando con la hora exacta...
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