Los mujeriegos son como los cigarrillos.
No sólo porque es díficil dejarlos, aún sabiendo que te puede llegar a enfermar. Sino porque, además, uno comienza con el vicio sabiendo que le va a hacer mal. El paso siguiente es pensar que lo controlás y vas a poder dejarlo cuando quieras. Y por último, la negación de pensar que a uno no le va a hacer tan mal como al resto, o simplemente no pensarlo.
Los hombres mujeriegos, como las cajas de cigarrillos, traen una advertencia en su envoltorio. Y es una quien decide, de todos modos, comenzar.